viernes, 22 de junio de 2012

Juego de adultos

Palabras escondidas tras mensajes ocultos, tras charlas privadas. Palabras, no son más que palabras. Pero sin ellas no podemos hacer más. La distancia sigue siendo un alto. Pero nunca un freno para la imaginación. Cuándo? Una noche tras largas horas de trabajo. Esperaba despejar la mente. Vaya que si lo hice. Lo encontré. No me esperaba. No nos esperábamos. Pero eso no me frenó para entablar una confianza. Las primeras palabras fueron muy... provocativas. Lo imaginaba tan exquisito al decirlas... Pero todo lo que empieza dulce acaba empalagoso (según qué sustancias jugosas). Estaba cansada y sólo pensaba en irme a la cama. Me lo preguntaba y se lo respondía. Entramos en un juego de niños, que empezó con ganar terreno en una cama compartida. Cómo acabó? --Enarcando la ceja izquierda-- Con un juego de adultos. No hay espacio suficiente para que cada uno ocupe un lado de la cama? No importa. Solucionamos el problema. Quién duerme arriba y quién debajo? --Paseando el dedo por la boca con cara pícara-- Volvimos al juego. Pero un instante lo definió todo. Las sábanas estaban revueltas. Estaba descubierta. Llevaba ropa de dormir bastante corta, de raso negro y rojo. Quedé acostada en la cama boca abajo. Una almohada cubría mi cabeza. Me sentí inquieta. Él había dejado de moverse. Aparté la almohada. Justo en ese momento, sentí su boca subir por mi pierna izquierda. Giré el rostro hacia él. Así era, recorría mi pierna desde el tobillo hasta el muslo, despacio. No lo detuve. Levantó levemente mi short negro para describirlo casi por completo. Al llegar al final, dirigió su mirada hacia mí. Sabía que lo observaba. Me dio un leve mordisco mientras me miraba. Apreté las sábanas que quedaba bajo mi cuerpo. Él continuaba subiendo con sus manos por mi cuerpo, quitándome la camisilla roja. Bajó nuevamente. Su boca subía por mi espalda dejando el rastro de un camino de besos y leves mordiscos. Llegó a mi cuello. Lo besó. Su lengua tocó mi lóbulo derecho. Apreté con fuerza la almohada que aún sujetaba. Me susurró 'no creo que haya problema en que durmamos juntos'. Vaya que si no lo había. Aunque en ese momento dudé que fuésemos a dormir. Me giro boca arriba. Estaba sobre mí. Mi pierna derecha en medio de las suyas. La distancia estaba siendo acortada. Mi respiración empezaba a acelerarse. Me besó. Como si lo hubiese deseado desde el primero momento. No lo voy a negar, también quería hacerlo. Bajó por mi cuello. Por mi pecho, en el que se detuvo unos segundos. A medida de que bajaba por mi abdomen, mi cuerpo se arqueaba. Me aferré a la almohada. Me estremecía con cada centímetro que recorría. Me quitó el short en cuanto llegó a mi vientre. Todo lo hacía con sutil delicadeza. Quedé descubierta. Ya no había nada que tapase mi cuerpo. Sólo su sombra reflejada. Mantenía una de mis uñas jugueteando en mi boca. Me contempló pocos segundos. Me incorporé un instante para alar de él y que volviese a estar sobre mí. Así duró muy poco tiempo. Quedó bajo mi cuerpo. Hice lo mismo que él. Bajé desde su lóbulo izquierdo. Por su cuello. Su pecho. Mi boca paseaba por su abdomen. Mientras bajaba, le quitaba la ropa. Quedamos en igualdad de condiciones. Me miraba. Enarqué mi ceja izquierda y mordí mi labio inferior. Tiró de mí y en el mismo momento, me giró. Volví a quedar bajo él. Quedó de rodillas en la cama. Sujetó mi mano derecha y haló de mí una vez más. Estaba casi sentada sobre él (esa postura...).
No sé si él lo sentía igual que yo, pero mi cuerpo estaba a punto de arder. Mi respiración estaba entrecortada. Sujetaba mi espalda con su mano derecha. Comenzó a besarme. Haciendo el mismo recorrido. Me debajo caer hacia atrás sin llegar a tocar la cama. Me volvió a levantar (imaginación...). Mantuvimos esa postura varios minutos. Nos besábamos con vigor. No había rincón de mi cuerpo que sus manos no explorasen. Las mías acariciaban sus brazos, su pecho, se aferraban a su espalda. Las suyas, recorrían mis piernas, mi cintura, mi pecho, mi abdomen. Se perdían en el lugar que tan bien conoce. Me dejaba caer despacio sobre la cama, mientras su boca volvía a bajar por mi vientre. Perdía la noción del tiempo él estando allí. Me removía, apretando la sábanas, ahogando mi respiración. No sé cuánto tiempo estuvo allí, ni cuántas veces me oyó decir su nombre. No siguió hasta el final. Quizás sabía que prefiero que me pueda provocar. Volvió a mía boca, me besaba mientras una de sus manos seguía en ese pequeño rincón. Necesitaba que parase. Despacio hice que quedase acostado. Mordisqueé sus labios, su pecho, los surcos de su cintura, el lado interno de la cadera. Continué bajando. --Mordiendo mi labio inferior-- Dijo mi nombre. Alcé la vista escasos segundo. Me miró. Continué mi recorrido, deteniéndome a proporcionarle los mismo que él me había dado. Sentí como sus músculos se tensaban a mi paso. Quería seguir hasta el final. Escuchaba su respiración. Cortada. Ahogada en un deseo mascullado entre dientes. Lo miré en mitad de mi acto. Divisé su lengua pasar despacio por sus labios. Apreté su sexo y continué. Estuve varios minutos. Lo recorría por completo. Le oía decir 'no, no hasta acabar'. Bien sabía que ignoraría sus palabras. Fui más rápido. Con más intensidad. Notaba que no iba a aguantar mucho más. En el último instante, se aferró a las sábanas, pasé mi mano por su abdomen. Sólo se oyó de su boca en e un suspiro mi nombre una vez más. Qué de rodillas en la cama, frente a él, aún tumbado. Me miraba mientas lo observaba recuperar el aliento. Me incitó con esa mirada tan provocativa, 'déjame verte jugar'. Hizo ese gesto tan suyo, levantando la ceja, que puede hacerme enloquecer. Deslizó, de forma sádica en la mirada, su lengua con rapidez sobre sus labios. No me negué. Se levantó y colocó una silla delante de la cama. Yo lo esperaba de rodillas, rozando el borde de la misma. Se acomodó, apoyando su rostro sobre su mano derecha, el dedo pulgar bajo en mentón y el índice sutil en su mejilla. Enarcó su gesto. --Enciendo un cigarrillo, inhalando la primera calada--. Comencé a bajar mis manos desde de mi pelo, bajando la izquierda por mi cuello, mi pecho y la derecha, por mis labios, mi costado derecho. Hasta ambas acabar bajando por mi vientre. Así de rodillas, abrí las piernas, dejando un mínimo espacio entre mi sexo y la cama. Lo miraba y él no dejaba pasar detalle. Me tumbé sobre las sábanas. Mis manos seguían en la parte interna de mis muslos. Adelanté la derecha rozando mi sexo. No aparataba la mirada de él. Con la izquierda apreté ese músculo interno. Sentí que en mi cuerpo volvía a crecer ese calor interno. Ese roce y su mirada clavada en cada gesto, alteraba todo mi ser. Empecé a jugar con mi sexo, despacio. Mi respiración se aceleraba por instantes y decidía aumentar la intensidad de mi propio juego. Una respiración aún más entre cortada. Sentí la humedad que había provocado. Tocaba mi cuerpo. Comenzaban los gemidos ahogados. Su nombre entre ellos. Su mirada era cada vez más incitante. Aún quedaba mucho para que pudiese acabar. Pero él parecía no conformarse con comerme con la mirada nada más. Se levantó sin pensarlo un segundo más. Sus labios rozaron mi sexo. Sujetó mi cintura y tiró de mí hacia el borde de la cama. Nuestros sexos acabaron siendo uno. Yo me retorcía de placer entre las sábanas y él disfrutaba viéndome dejarme hacer. Se había acabado las contemplaciones. Nos dejamos llevar por esa pasión. Me manejaba a su antojo y yo no me negaba a ello. Me pudo dominar cuan bien le parecía. Me dio la vuelta una vez más. De rodillas en el borde de la cama, con mi espalda pegada a su pecho, a su abdomen. Besaba mi cuello, continuando nuestro va y ven sin desenfreno. Me tocaba con un dominio pasional. Apoderándose de mis labios, de cada milímetro de mi cuerpo. Me dejé hacer.

Me puso de frente a él, sujetó mis glúteos, me levantó en peso y con agilidad me pegó a la pared. Mis piernas rodeaban su cintura. Cuan bien sabía que me gustaba estar acorralada entre su cuerpo y la pared. Mis gemidos eran cada vez mayores. El calor de esa lujuria que desataba en mí era más intenso. Presionaba fuertemente mi cuerpo en cada repetido movimiento. Me llenaba de besos, de caricias intensas que parecían desgarrar mi piel, al igual que mis uñas dejaban marcas rojas en su espalda. Lo deseaba, lo deseaba tanto en ese momento que no podía dominarlo. Tenía todo el control sobre mi cuerpo. Apretaba mis glúteos, prensándome contra la pared. Me mordisqueaba cada vez con más intensión de dejar en mí la marca de sus dientes. No sé cuánto tiempo duramos en esa posición, pero parecían infinitos, llenos de placer. Gemidos que llenaban la habitación, calor que nos llenaba y el sudor nos recorría. Continuó hasta el final, hasta que no pudimos más. En el último instante, apretó mi cuerpo al suyo. Sentí cada mínimo movimiento de su sexo en el mío. Cada latente pulsación. Apoyó una mano en la pared mientras con la otra aún sujetaba mi cuerpo. Bastó su intensa mirada para que sobraran las palabras. Estábamos exahustos. Pero nada nos puede sustituir el deseo que nos mueve a hacernos dueños de la pasión que desarrollamos. --Apagando el cigarrillo, manteniendo la ceja izquierda enarcada-- Lamentablemente, sólo ha pasado en mi imaginación. Lástima. Siempre imagino el perfecto placer, como siempre, en una batalla en la que su cuerpo siempre vence mi dominio.

Rutina adictiva

La rutina puede llegar a ser inménsamente aburrida. Seres que aparentemente no tienen nada en común, pueden parecerse más de lo que, a ojos de otros, se muestra. Quizás, por esa misma razón siempre acaben en enfrentamientos. Continuas discutas por temas que carecen de la mínima importancia. Pero, qué importa? A veces, hasta lo más rutinario puede ser lo más adictivo. Cómo?Nadie dijo afirmar que en una discusión, aparentemente sin final, no se puede encontrar algo excitante. Sí, quizás es que ya haya encontrado excitante hasta su manera de respirar. No lo voy a negar. Pero, qué puedes hacer cuando alguien ha conseguido meterse en ti hasta en la mínima partícula que puede componerte?La respuesta es muy simple. Si no puedes con tu "enemigo", únete a él. Llevo haciéndolo desde el primer día. Sí. Me lo como con la mirada. Lástima que sólo sea así. Estoy segura de que saciaría todas ansias con sólo tenerlo delante. Aún me queda la imaginación, en la que puedo crear diversas situaciones. Y por supuesto, él siempre pone de su parte para que yo consiga hacerlo. Siempre dije que no me dejaría dominar por nadie. Así lo hago. Pero él acabará con esa barrera tarde o temprano. Más temprano que tarde como siga actuando así. Nunca creí poder perder la cordura por algo como ésto. Cuan ilusa fui. O la maldita dicha me sonríe? Es la adicción vuelta ser. Es la perfección definida al milímetro. Es él y su manera de provocarme. Su forma de excitar es irreemplazable. Sucumbe cada deseo y pensamiento. Consigue dominarte incluso cuando piensas que no lo hace. Exagero? --Risa burlesca-- Ojalá fuese así. Su indiferencia es el principio de todo y el final de nada. Su frialdad, el golpe seco deseado por cualquier masoquista. Sí, soy adicta incluso a eso. Qué decir de su perversa mente? El sadismo con el que a veces habla. Ese gesto tan suyo cuando me mira. Su infinito narcisismo egocéntrico, de un orgullo interminable. Es inigualable. El demonio que puede cumplir las pesadillas de cualquiera. Inhumano? Eso es todo un cumplido. Para describirlo me hacen falta las palabras más sádicas. Las que aún no existen. No hay descripción para él. No la suficiente. Como dije, la rutina puede ser asquerosamente insoportable. Pero con él es adictiva. Por qué? Porque sabe cuando actuar para que no nos aburramos en ella... Hoy lo volvió a hacer. Como de costumbre, claro está. Quizás fue una simple excusa, pero nunca hay mejor momento que el de congelar un instante. Nos besamos de distintas formas. En distintos lugares. Siempre espero que lleguen esos momentos. Quería el momento idóneo. El lugar perfecto. La situación perfecta. Ahí estaba. Quise asegurarme de que así fuera. Él se colocó donde le correspondía. Yo no vacilé ni un segundo en hacer lo mismo. Pervertidamente ansiosa? Puede. Para qué mentir?... Quedé pegada a su pecho, con medio cuerpo sobre el suyo. Nos besábamos. Su mano derecha recorría mi abdomen, mi vientre, mientras la otra sujetaba mi espalda. La mía, recorría junto a la suya mi cuerpo. Dijo 'tienes bueno gusto'.


Volvió a besarme. Su mano comenzó a bajar por mi vientre. Recorrió mi mulso. Quise frenarlo. Más bien, nunca quise pararlo. Pero le dije que lo hiciera. Él ignoró lo que le decía. Soltó una pregunta retórica. Claro está que sabía la respuesta. Continuó. Acabó por meterse en lugar que no tiene pérdida para él (cada quien con su imaginación). No, no me negué. Quién lo haría...? --Mordiéndome el labio inferior-- Intenté negar el momento una vez más. Como si eso lo fuese a frenar... Fue más allá. Jugueteaba conmigo como si nada hubiese oído. Es como un deseado excitante tormento. Me estremecí. Es imposible no hacerlo cuando me toca de esa forma. Me apoderé de su boca. Lo besé con tanto vigor y con el mayor ímpetu, que por un momento pensé que no me despegaría de sus labios. Quería más. No hasta el final. Soy más adicta a sus provocaciones que al final pensado de las mismas. Se detuvo cortando el beso, dejando de jugar. Dijo otra frase suya justificando su acto. Después de apartar su mano, del lugar al que sólo él puede acceder, se la llevó a la boca y pasó su lengua por los dedos. Creí en ese momento que mi cuerpo ardería en llamas. Calmé las ganas. Mas, nunca dejo de pensar en los momento es que su boca ha recorrido mi piel. Sus labios ha buscado los míos y han hecho de ellos algo a su merced. En los instantes en que su lengua recorre mi cuello. Sólo hasta ahí? No. Parece tener vida propia. No hay rincón de mi cuerpo que no haya sido marcado por ella. Por él. Soy adicta a su posesión, a su perversión. Soy adicta a la Lujuria que revive en mí. Hasta que llegue otro momento como esos, seguiré fantaseando una vez, con esa lucha cuerpo a cuerpo, donde el suyo domina el mío y como siempre, me dejo vencer...--Deslizando la lengua lentamente por el labio superior--.

Indiferencia atrayente

La indiferencia sigue en la cúspide de su ser. La frialdad nunca estuvo mejor posicionada. Silencios. Nunca hay más que silencios. Escasas preguntas quedan suspensas en el aire. Las respuestas llegan minutos más tardes. Mi mente siempre está puesta en varias cosas a la vez. La suya... Qué decir? Nunca está en un sólo lugar. En qué momento pasamos del silencio a preguntas sin más? Sí. Acepté que sólo quería que él pusiese sus manos en mi piel. Él y nadie más que él. No con las palabras que habían salido de su boca. Eso no importaba. A él no le importaba. Se lo tomó como un camino abierto. Nunca mejor dicho. Se acercó a mí. Sus manos se metieron bajo mi vestimenta. Subió mi vestido. No me inmuté. No hasta que terminara. Se apoderó de mí con ese músculo de su boca. Me recorrió desde el lugar más íntimo, pero nunca escondido para él. Lo paseó por mi cuerpo en los lugares precisos. No lo negaré. Mi cuerpo no lo demostró exteriormente, pero por dentro me hierve hasta el lugar más recóndito. Maldije su acción. Pero, a quién quiero engañar? Deseaba que continuase. Una lengua con vida propia... Volvimos a los silencios. Seres entraban y salían de la estancia. Odio que haya alguien cuando estoy con él. Se percató de ello. Me tomó una vez más. Me besó. Vigoroso. Con ese toque de lujuria. Renegar? No. Ojalá fuese un beso que se pueda rechazar. Pero sabe cuándo darlos. Sin pedir permiso. Sin dar señal de que lo hará. Aunque siempre algún "no" de por medio, que parece no querer dejarme disfrutar de los placeres que mantengo con él. El momento había acabado sin dejarme continuar. De vuelta la nada. Entablamos conversaciones que pensaba no volver a tocar en mi regreso. Pasamos varios minutos así. Todo parecía estar tranquilo. Nada dura eternamente. Siempre hay algo que nos molesta y nos devuelve a las discusiones. Evitaba mis cuestiones. Me quejé de ello. Nunca me quedo callada. Me haló del cuello hasta acortar la distancia entre nuestros rostros. Juzgó mi forma de hablarle. Terminó besándome. Con agresividad intensa. Pero eso no frenaba la discuta. Lo empujé contra la pared. Me acerqué. Quise que dejásemos de discutir. Lo solté. Aprovechó ese momento para tirar de mí.


Me puso entre su cuerpo, presionando el mío, y la pared. Me habló en voz tenue al oído. Sentí mi cuerpo vibrar por unos segundos. Su respiración en mi piel. Su tacto inigualable. Esas son las reacciones en él que me hacen perder la cordura. Mi lengua se deslizó por su cuello hasta llegar a su lóbulo una vez más. Clavó sus colmillos en mí. Con rabia. Ambos estábamos quemados. El calor se apoderaba de nosotros. Esbocé un gemido en ese instante. Un gruñido salió de él. Bebía de mí con desesperación. Con desenfreno. Lleno de ira. Nunca le negué que pudiese hacerlo. Rasgó mi hombro. Clavó sus garras en mi muslo. Apegó su cuerpo al mío. Casi podía sentirlo a través de la ropa. Hundió aún más sus colmillos en mi cuello. Me levantó, rasguñando levemente mi espalda. Mis piernas bordeaban su cintura. Su calor se me transmitía. Mi cuerpo empezaba a arder. No quise que se detuviese, pero tenía que hacerlo. Siempre quiero más de su provocación. Nunca quiero llegar al límite. Su forma de provocar es inconfundible. Imposible desigualar. Mas, él siempre frena cuando le apetece. Así lo hizo. Me soltó, poniendo distancia entre ambos cuerpos. Volvimos a la aparente calma. Nada más lejos. El calor era incesante. Mi cuerpo llevaba ardiendo desde esa misma mañana. Él estaba asqueado de no aguantar. Eso no frenaba mi imaginación. Avivaba la perversión. Una mente retorcidamente excitada puede traspasar las barreras que hayan impuestas. La mía no conocía límites. Con él nunca tiene un fin. Quizás sea la madrugada más sofocante que hayamos pasado, hasta ahora. Ese calor sólo intensifica lo que mi mente refleja en deseos. A él. En una batalla donde su cuerpo domina a el mío y me dejo vencer. Quién puede negar que la Lujuria no sea alimentada con Odio y disfrutar con el placer del Masoquismo más sádico.

Desear con Odio

Si me vuelve a temblar el pulso cuando le tengo cerca... En ese momento desearía que hiciera de mí lo que bien conveniente crea. Sin embargo, ahora sólo me desquicia el maldito ser que ha sido y seguirá siendo. Porque en nada, dejó claro que, todo estaba convertido. Volvió. Nunca dudé que lo haría. No. No es cierto. En los primeros momentos sí lo pensé. Repetidas veces. Pero ahí estaba. Sentando en su semitrono, justo delante del que yo me había otorgado mío. Intenté calmar la rabia que llevaba por dentro. Me senté y pregunté. Su respuesta fue indiferente al igual que su actitud. Nos aguardó el silencio. En apariencia estaba tranquila, pero él sabía que dentro de mí había un volcán en erupción. No hacía más que repetir que le dijese todo lo que callaba, que lo llenase de las maldiciones que traía resguardadas en mi boca. Aguanté todo lo que pude. Fui leve. Le dije lo que había sentido las horas anteriores. Sí, lo maldije. Realmente mi cabeza tenía mucho más. Callé. Él buscaba mi provocación. Mis ganas de explotar. De no aguantar más. No lo consiguió. Pero nada lo detuvo. Colmó el mi paciencia en el momento en que sus palabras sonaban frías, desafiantes, indiferentes, mientras decía no haber encontrado nadie que lo saciase con suficiencia. No aguanté más. Ni una palabra más. Me fui. Y qué si lo hice? No huí de sus palabras. Escapé de las ganas de querer acabar con él. Con todo lo que me ata a permanecer a su lado, a pesar de todo. Me dio un motivo más. Si no hay quien lo sacie, entonces que demonios está haciendo conmigo? Si para él no es suficiente. Me crea o no una igual al resto, ese es su maldito problema. Porque me cansé de intentar hecerle ver lo que en realidad es y no lo que su mente crea. Pero no perdí mi tiempo mentándote al diablo sólo porque quiera oír de mi boca todas las maldiciones que le pueda decir. Y le seguiré maldiciendo hasta el final de mis días. Porque maldeciré cada minuto que en él se refleje el endemoniado Infierno. Porque maldigo el instante en que mi odio no pueda más que las ganas de saber de él, y no poder acabarlo en mi límite. Maldigo el momento en que todo lo envuelve beneficiándole incluso después de la maldita muerte. Maldigo que me odie y aún no haya acabado de destruirme. Maldigo el instante en que se cruzó en mi camino para quedarse y nunca le dejé ir. Maldigo cada momento en el que me llena de cólera y no me inmuto a seguir. Maldigo mi dependencia sobre él. Maldigo aceptar lo que es y no conciderarle la mayor decepción. Maldigo no poder alejarlo. Maldigo la adición a su insensibilidad. Maldigo el intento que no consigo lograr. Maldigo esa superficialidad que le caracteriza. Maldigo la misma seguridad que reina en sus palabras como en las mías. Maldigo esa maldita vanagloriosa vuelta a la vida. Maldigo este infinito desprecio. Maldigo su indiferencia que no me hace ser indiferente. Maldigo no poder olvidar lo que deja en mi mente. Maldigo la negación al rechazo. Maldigo la desesperación que acabará conmigo. Maldita agonía incesante. Maldito martirio interminable. Maldita la calma que no ha vuelto a mí. Maldito final que no llega. Maldito sea por tomarme y dejarme, por acercarse y alejarse. Maldito el veneno arrogante cuan más impetuoso. Maldito Satanás que le devolvió a mí. Maldito él y su inmortal revivencia. Maldito, mil veces eternamente MALDTIO. Sé que nunca quiso volver y mucho menos encargarse de mí. Protegerme? Es sólo una maldita promesa que ha hecho. No me engaño. No quiero que la rompa mientras con ella pueda tenerlo ahí. Eso no quita mis ganas de desgarrarle hasta la mínima parte que lo compone. Me mostré indiferente. Molesta. Repudiada. Harta. Para qué? Para él eso no es nada. Siempre aparece justo en ese momento. Me toma y posee a su antojo. No lo rechazo. Incluso en esas condiciones puede hacer de mí lo que su mente le pida. Mi molestia no acaba, pero eso no lo frena. Me maneja como quiere. Me hervía la sangre. Me tocaba y se acercaba como si nada hubiese pasado. Me tomó una vez más. Con fuerza. Sin miramientos. Su cuerpo presionaba el mío. Sobre la mesa. Sin freno. Sentí ganas de continuar. Rasguñó cada parte de mi cuerpo. Pero la ira me pudo más y su provocación había terminado. Volvimos a discutir. Lo odiaba. Lo odié tanto que deseaba que desapareciera. Pero consiguió calmar lo que llevaba en mí. Quise decir más. Pero me lo impidió. Bordeó mi cintura y selló mis labios. No me lo negaré. Siempre necesito su cuerpo cerca del mío. Calma el demonio insaciable que hay en mí, aunque ahora sólo desee desaparecerlo de la faz de la Tierra. Algún día todo acabará. Dejaré de depender de él. No habrán más ataduras. Todo habrá terminado en manos de uno de los dos. Hasta entonces, estaré esperando ese momento. Lo estaré esperando a él. Mientras tanto... Que el Odio, la Rabia y la ira se apoderen de mí, porque la Lujuria ya no lo hace y el Deseo quiere ganar terreno.

Perfecta provocación

Volvió a llamarme. Después de largos minutos sin dirijirnos la palabra. Insinuó cosas que no entendía. Hizo cuestiones que no comprendía a qué venían. Ciertas o falsas, iba a defender mi certeza. Negaría todo cuanto no fuese verdad. Grité. Él me odiaba más que antes. Me lo demostró. Acabé en la pared, con su cuerpo presionando el mío. Casi sin aliento. Con su rostro tan cerca que divisaba cada mínimo movimiento. Me reclamaba lo que decía, me admitía lo que en mi cabeza no era cierto. Hablaba del pasado. De un pasado que no recuerdo. La rabia me llenaba por dentro. No sabía por qué no comprendía lo que le decía. No entendí por qué se empeñaba en torturarme con cosas que no eran ciertas, con palabras que rasgaban lo más profundo del alma que ya no me quedaba. Lo negué todo mil veces. Y lo seguiré negando mil veces más, hasta el cansancio. Clavó sus garras en mi cuello. Todo en mí lo maldecía. Aprisionó mi cuerpo con el suyo. Me mentí, quería apartarlo, pero incluso en esas condiciones quería que su cuerpo se pegara tanto al mío que se desquebrajaran mis huesos, que me asfixiase, con su boca rozando la mía, con su ira. Me dejé hacer. Grité una vez más lo que pensaba. Llegamos a ponernos en bandeja del otro para acabar con ésto de una vez por todas. Nos negamos a hacerlo así. Me negué a ello. No era eso lo que quería. Se hirío sin importarle nada, provocándome, incitándome a terminar con todo en ese momento. Lo aparté dejándolo en la pared y yo a un metro de él. Me provocó. Mi sangre corría por mí a velocidad de infarto. La rabia hizo reaparecer el odio.

Lo clavé en la pared de la misma manera que él lo había hecho. Ojalá mi intensión hubiese ido más allá de una simple advertencia. Todo en mí cambió en un sólo instante. No, no era por lo que había hecho, por lo que me había dicho. La razón era tan simple como no poder soportar estar frente a él, a tan corta distancia, querer acabar con él en un segundo, y que me ganen las ganas de posesión, antes que la masacre que vive en mí, cuando su cuerpo roza el mío. Me aparté una vez más. Continuamos como si nada hubiese pasado. Pero algo pasó por su cabeza. Esa mente retorcida que produce excitaciones hasta el muerto más encerrado en el Infierno. En eso me convirtió en el momento en que relató mis palabras. En el que sus manos paseaban por mi cuerpo, conociendo el camino exacto en cada centímetro. Susurrándome al oído. Mi cuerpo aguantaba el estremecimiento. Resistí las ganas de que continuase. Todos mis sentidos habían quedado bloqueados ante el paso de su boca por mi cuello, hasta mi lóbulo. Deseando más cuando me volvió a acorralar en la pared. Sentí mi cuerpo arder por dentro. Sí, quizás exitada. Para qué negarlo. Ambos sabemos que esa es la manera de hacerlo. Él la conoce mejor que nadie. Su boca acabó cerca de la mía. Sus dientes se clavaban en mi labio. La sangre recorría mi boca y él, se apoderó de ella. Todo acabó en un beso. No, no en uno cualquiera. En los que sólo él sabe dar. De los que me dejan sin aliento y me incitan a pedir más. No lo voy a negar. Siempre deseo más de lo que no me da. No hasta el final. Su provocación es perfecta, y yo soy adicta a ella. No es un capricho, ni una obsesión. Es él y su perfección. Es la droga por la que sucumbo mi adicción.

-Quién...

-Quién te hizo dueño...
de mi pensamiento,
de ésto que es mi razón,
de de la voz de mis palabras,
del motor de lo que siento.
-Quién te dio permiso...
para dominarme en la ausencia,
para vivir en mi cabeza,
para controlar mis emosiones,
para parar mis pulsaciones.
-Quién me negará...
que a mi lado volverás,
que vendrás por mí,
que en el mismo lugar te voy a esperar,
que siempre piense en ti.
-Quién te miente....
diciéndote que eres un capricho,
diciéndote que no formas parte de mi destino,
diciéndote que todo acabará,
diciéndote que otro ocupará tu lugar.
-Quién puede ser capaz...
si es aquí donde te necesito,
si estás en cada suspiro,
si nunca te he olvidado,
si eres por quien vivo.

...Quién te obliga a marchar, si aunque no lo sientas igual, en mí hay alguien que no te va a dejar de amar...

El sentimiento ante el odio

Esa noche no dormí, como la otras anteriores. En mi cabeza había un cúmulo de ideas, de pensamientos sin sentido, de razones sin lógica alguna. No dejaba de verlo hiciese lo que hiciese. Estaba con él, a su lado, mi cabeza estaba a punto de estallar instantes antes, pero él estaba ahí y se me había olvidado todo. Llegaron las palabras, la sinceridad, las ganas de saber más, de esperar más. Pero el silencio no tardó en aparecer y, aunque estaba en su pecho, aún con miedo, sin querer irme, sin querer que se fuera, ese intenso dolor reapareció. Así pasaron largos minutos en los que no podía mediar palabra, hacer gesto alguno. Sentía una presión inmensa en mi cabeza. Recaí. Sólo recuerdo haberme aferrado a su camisa, a su pecho. Cuando recuperé el conocimiento él, ya no estaba. Supuse que pensó que yo también había partido, que no se dio cuenta de los sucedido. En mi mente retumbó el sonido de su voz en un "Adiós". Sentí faltarme el aire. Ese dolor de cabeza. Esa impotencia. El miedo de no volver a verlo. Me levanté. Intenté no pensar en ello. Creer que lo volvería a ver. Querer saber que iba a volver. Me marché. Quise hacer mi rutina de costumbre. Canalizar cada sentimiento en el entrenamiento. Ocupar mi mente en lo que hacía, como dijo. Ser independiente a él. Qué fácil fue decirlo y qué difícil fue intentarlo. No me voy a engañar. Aguanté las lágrimas hasta rabiar. Maldije cada pensamiento contradictorio, cada vez que oía esa despedida venir a mi mente, no ser como antes, no ser como siempre. Deseé mi frialdad, mi avaricia, mi egocentrismo, mi indiferencia, mi odio sin límite, mi mente calculadora, mi ganas de acabar con todo sin importarme nada. Deseé que el sentimiento no fuese más fuerte que el odio. Mas, me vencieron las ganas de tenerlo cerca, de dar lo que fuese porque no se fuera...
Ganó el amarlo más que el poder olvidarlo.

Thinkings of Demon

Las horas pasaban lentas cuanto más miraba el reloj. El tiempo parecía estar detenido. Mi mente estaba repleta de cosas. Imágenes que iban y venían. Mis oídos pretendían reproducir voces que nunca había escuchado. Y mi imaginación quiso recrear ilusiones que sólo yo podía pensar. Me cansé de esperar. No puedo permanecer quieta sin hacer nada y esperar sentada. Qué iba a hacer? Quedarme ahí, sin moverme, esperando que pasaran las horas? No. Y no lo lamento. Mi vida no ha terminado aquí. Aún no. Por qué? Muy sencillo. Las corazonadas no me fallan. Y la que esperaba no ha llegado. Entrenaré hasta sentirme preparada para volver y enfrentar lo que realmente es. Porque él no está acabado y yo lo seguiré esperando. Quizás ya he vuelto a estar en la cúspide de las mentiras de otros. Qué ironía... Cuando al regresar juré no caer más en ello.
Engaños y mentiras. Vienen y van. Quién sabe si la falsedad aún no tendrá fin. Ya no hay heridas por las que preocuparse. Ya no hay "dolor" al que temerle. Sí. No lo voy a negar. Quise hacerlo. Quise acabar con todo en ese momento. No lo medité ni un segundo. Siempre lo tuve todo preparado para ese instante. Una masacre. El final de todo cuanto se conocía. Después, mi propio final. Aunque sería irónico. Ni siquiera yo he podido acabar conmigo. Ni la peor de las enfermedades lo ha hecho. Suerte? Dicha? Fortuna? No. No creo en esas banidades. A nosotros nos sonríe una maldición. La maldición perfecta. La que nos ata a la "vida" de un inmortal. No. No somos dioses. Pero nos podemos otorgar el placer de decir que estamos a su altura. Aunque, para qué mentirnos? Somos seres malditos. Siempre pensaremos que somos superiores. De no serlo así, por qué la muerte camina de nuestro lado, dejándonos volver a la vida de aquellos a los que se les acabarán los días mientras nosotros gozaremos de vidas interminables? Eso ha pasado. Y seguirá haciéndolo. He ahí mi despreocupación por quien me importa. Porque yo no estoy acabada. Lo querramos o no, nuestro final está escrito en manos del otro. Pero no descartaré la otra posibilidad. Somos el mismo Demonio. Tenemos la misma sed. Somos simples en apariencia. Complejos en experiencia. Los malditos hijos de Satanás. Insaciables. Inconformistas. Inigualables. Indiferentes. Orgullosos. Egocéntricos. Moriremos mil veces más. Pero regresaremos en cada una de esas muertes. Sin errores. Porque somos... Perfectos.

My Passion

It's this need to have you. It's that desire to live attached to you. It's the fear of losing what once I lived. It's to want to live and die for you. It's to hate you more than the lies and to love you more than the hate. It's this addiction to your poison. It's your blood running through my veins. It's your rage that poisons me. It's expected to end to this conviction. And yet, you're the passion that fills me.
[Es esa necesidad de tenerte. Es ese deseo de vivir atada a ti. Es el miedo de perder lo que un día viví. Es quere vivir y morir por ti. Es odiarte más que a la mentira y amarte más que al odio. Es esta adicción a ese veneno. Es tu sangre correr por mis venas. Es tu rabia la que me envenena. Es esperar acabar con esta condena. Y sin embargo, eres la pasión que me llena.]

Con la rabia entre dientes

Ya basta, quieres? Cuánto más quieres que lo aguante? Preocuparme es un un maldito error? Es eso? Entonces acaba conmigo de una maldita vez... Porque así estés en otro mundo, muerto y enterrado, inexistente en la faz de la Tierra o en el mismo Infierno, no dejaré de hacerlo. O lo tomas o lo dejas, pero decídete de una vez y déjamelo claro, sin gestos, sin caras, sin puntos, sin silencios... Sólo dime que me largue, que desaparezca, que te deje en paz, que me olvide de ti, pero dímelo.

Pensativa en convencimiento...

 No... No es él. Eres tú. Y qué pretendes? Quieres perder la razón? Es que acaso el olvido ha sido tanto que no recuerdas ni lo que en realidad eres? Deja de auto engañarte... Ha sido suficiente hasta ahora... No luches contra lo que no puedes. Es inútil. Deshazte de esa idea tan absurda. Ese masoquismo persistente acabará contigo... No te das cuenta? Y qué si ocupa tu mente? Y qué si te preocupas? Qué más da que vivas contando cada aliento que respiras? Estás demasiado ciega para ver que carece de importancia? Deberías entender que si no importabas antes, no importas ahora. Si llegas a desaparecer es como si nunca hubieses estado. Pero está bien... Sigue viviendo por y para él. Cuánto más aguantarás hasta que te quites esa venda ilusa que te mantiene ciega ante la realidad? Resignate... Por qué piensas, si vas a volver a la misma conclusión. Hagas lo que hagas y digas lo que digas, no eres parte de él... Y sin embargo lo has hecho parte de ti... Reacciona. Hay imposibles. Él es el tuyo... --El silencio gana la batalla al pensamiento, es hora de esperar--

Impotence

No puedo. Haría lo que fuese porque lo entendieses. Lo gritaría mil veces y me lo tatuaría en la piel cual marca y significado. Pero no lo quieres ver. Ni siquiera lo quieres entender. Odio sentirme impotente en cada discusión. Odio querer llorar de rabia por no poder sentirme capaz de hacértelo entender. Ya es suficiente castigo que la distancia me niegue mil permisos. Es demasiado pedir comprenderme, cuando me siento ahogada en las palabras que no dices, en las acciones que no haces, en los silencios con los que me asfíxias, en los pensamientos que llenan mi cabeza, en los momentos que me das y arrebatas en milésimas... Es que estoy exigiéndo demasiado? No te pido se tu musa, ni tu primer pensamiento ni el último. No quiero ocupar el centro de tu Universo. Lo dije una vez y lo repito. no quiero ser un peón en el dominio. No quiero ser la Reina con un fatídico destino. No quiero ser una herramienta más en el camino. No quiero ser un juguete... un capricho. Quiero ser parte de ti.

Anhelante oscura perfección

Con la mirada perdida en aquel suelo gris y la mente en blanco. Sin saber si aún respiraba o hacerlo se me había olvidado. Sólo oía el casi insonoro pitido que produce tanto silencio. Creyendo incluso contables las veces que parpadeaba. Seres entraban a la estancia y parte de mi subconsciente sabía lo que debía hacer. Todo permanecía vacío y en absoluto silencio. Una mirada acompañada por una pícara sonrisa, llegó a mi mente cual rayo a la tierra. Me hizo alzar la vista al frente. Quedé en estado atónito. Mi mirada se fijaba en cada detalle, a pesar de haber algunos metros de distancia. Así quedé mientras lo observaba. Había olvidado su ausente presencia. Ahí estaba él. De vestimentas oscuras. Completamente ausente ante todo. Su mente viajaba por otros mundos, que aún desconozco. Su semblante estaba ahí. Inmóvil. Sin la mínima intención de reaccionar. Detallé su pelo, del mismo nítido negro que formaba su aura ya inexistente. Ese que cubría parte de su rostro. Justo entonces recordé el momento en el que atendía sus heridas. Había apartado esa parte descubriendo por completo su rostro. Pensamiento que duró un instante. Mi mente volvió al presente. Continué perdiendo la mirada detallando su rostro. El delíneo negro de sus ojos, cuyo color hipnotizante sigo sin poder definir. Facciones indiscutiblemente perfectas, adornadas con el delicado surco de sus labios y cubiertas por el tercio claro tono de su piel. La oscura perfección estaba en él y toda mi atención captada por ella. Deseé oirlo llegar de su viaje. Anhelando envolverme en sus brazos. Quería estar cerca de él en cuanto volviese... Esperaba su regreso.

No... Es que...



No... No es que me falten palabras...
No... Tampoco es que no quiera decir nada...
No... Ni siquiera es que no sepa qué decir...
Es que ya no sé cómo seguir si no me enseñas lo que antes viví...
Es que no tengo guía en este mundo de caminos y espinas...
Es que no sé de dónde sacar excusas, si las que tengo las reusas...
Es que ya no sé si debo tener paciencia o voy a perder la cabeza...
No... No es que haga un drama...
No... Tampoco quiero llamar la atención...
No... Ni siquiera espero una reacción...
Es que ya no sé lo que quieres o si de mí algo esperes...
Es que ya no sé qué hacer porque no te dejas ver...
Es que ya no me quedan fuerzas y tú no las alientas...
Es que no sé por dónde empezar si ni quiera sé dónde he de acabar...
Es que no tengo más palabras y las letras ya no bastan...

Para ti... esa mujer




Quisiera imaginar que me tienes ahí, que son mis brazos los que te rodean, que son mis manos las que te acarician, que son mis labios los que besan los tuyos, que son mis ojos los que desean perderse en tu mirada, que es mi voz la que oyes al despertar, que es mi respiración la que sientes cuando te apoyas en mi pecho, que es mi pelo el que apartas descubriendo mi rostro, el mismo rostro que desea ser visto en el instante antes de que entres en un profundo sueño, que sean mis piernas las que se entrelazan con las tuyas, que sea mi cuerpo el que recorren tus dedos y se estremece si te siento cerca, que sea mi piel la que se erize al sentir tu roze, que sea mi vientre en el que dibujes líneas sin sentido formando caminos que sólo tú conoces, que sena mis oídos los que oigan tu voz mencionar mi nombre...
Quisiera ser esa persona que te espera sin importar el tiempo, la misma que te siente aún estando lejos, la que viene a tu mente en el primer instante y en el útlimo momento, la que imaginas cuando tu mente queda en blanco, a la que digas "no siento" y siga insistiendo, la que no encuentrará motivos para apartese de tu lado, la única que juró una vez dar por ti la vida aún sin ser necesario.

...Quisiera acabar siendo esa mujer...

Miedo en tinta

No prometo llenarte de caricias si no quieres esa avaricia. Tampoco te colmaré de besos porque un día te cansarás de ellos. Ni pienso ahogarte en palabras vanas sin importancia.
Pero necesito algo más que una pluma y un tintero, porque las palabras ya no me bastan y los hechos tu atención no captan. Quiero llenarme de momentos en los que estés presente, quiero colmar de encuentros mi mente, porque mi mayor miedo es despertar y no tenerte.

sábado, 9 de junio de 2012

... Remembering...





Sentí una gran presión en el pecho. Luego se convirtió en un molesto nudo en la garganta. Tenía la sensación de que me faltaba aire. Necesitaba salir de esa estancia. Caminaba hacia la entrada y el nudo parecía querer ahogarme. Apuré el paso. Al salir me encontré con el olor y la caricia del manto nocturno. Ya era más de media noche. Sentía cómo unas ínfimas gotas de rocío bañaban las partes visibles de mi cuerpo. Me aproximé al muro que tenía frente a mí. Oía el susurro de las olas al romper en los salientes y las orillas, a pesar de estar a kilómetros de distancia. Apoyé las manos en el borde del muro, con un leve impulso quedé de pie sobre él.


La brisa me envolvía. Oí una ola romper con fuerza en la orilla. En ese instante vino a mi mente su imagen, a mis oídos su voz. Unas lágrimas cálidas recorrían mis mejillas y el nudo de mi garganta empezada a desaparecer. Momentos pasaban como diapositivas por mi cabeza, alguno que no recuerdo su motivo, pero ahí estaban, una tras otra, como si fuera mi último momento de vida. Quizás no fuese más que la melancolía que arrastraba desde hace semanas o un nuevo presentimiento avisándome de algo. Empezaba a rodearme una ligera niebla. El rocío comenzaba a condensarse sobre mi piel formando pequeñas gotas, las mismas que se mezclaban con las lágrimas que bañaban mi rostro.

De un momento a otro la niebla por minutos se hacía más espesa y cubría todo cuanto mi mirada alcanzaba a observar. No veía la larga distancia que me separaba del fondo. Apenas divisaba el estrecho espacio sobre el que estaba de pie. Ya sólo quedaba el silencio. El murmullo de los árboles contestando a la ligera brisa. La melodía repetida con diferente fuerza que dejaban las olas. Los rayos de una inmensa luna llena, que se colaban por los espacios que dejaba la niebla e iluminaban mi alrededor ya borroso. Mi cuerpo se volvía frío como las palabras que recordaba haber leído. La confusión empezaba a inundarme y la desesperación parecía querer acabar conmigo. Sentía derrumbarme y quedé de cuclillas sobre el muro. La presión de mi mente era mayor. Mi respiración se aceleraba. Las pulsaciones iban a velocidad de vértigo. Sostuve la rabia inminente que me llenaba. Mi mandíbula parecía que acabaría desquebrajándose. Cerraba la mano, que no tenía apoyada sobre el muro, en un puño con tanta fuerza que las uñas se clavaron en la palma. Mantuve el grito que cobraba fuerza en mi cuerpo queriendo escapar. Lo aguanté cuanto pude. Pero no pude luchar contra lo que sentía. En el último instante quise liberarlo. Dejaron de haber latidos. Me quedé sin aliento. Todo acabó con su nombre en un suspiro. Terminaron las presiones.

Me tumbé sobre el fino borde del muro. Sólo tenía una imagen en la mente. Un único instante congelado en el tiempo. Algo aparentemente tan real como lo sentí en su suceso. Una mirada fija que reflejaba un deseo. Una única imagen irrepetible e inigualable. Una foto... Las lágrimas volvían a resbalar ligeras por mi rostro. Recordaba haberme prometido nunca más volver a sentir nada por nadie. No volver a hacerme daño. Quizás así todo hubiese sido más fácil. Mas, me fue imposible resistirme a lo que me hacía sentir. Fuese o no recíproco, no quería evitarlo.
Habían pasado largos días hasta este instante. Meses que parecían interminables. En ese momento tenía tantas ganas de tenerlo cerca. Realmente estar sobre su cuerpo. Entre sus piernas. Sus brazos rodeándome. Sus manos acariciando mi piel, mi rostro. Su mirada clavada en mí. Deseaba tenerlo ahí. Quizás perderme en su boca. Precipitarme en sus ojos como si de un abismo se tratase. Deshacerme de la muralla que había puesto entre nosotros. Perder el miedo a sentir. Olvidar todo cuanto existía, mientras sus dedos se entrelazan con los míos. Cederle mi vida que ya, desde entonces, es suya. Lo anhelaba así, tal cual mi mente lo imaginaba. Mi cuerpo se estremeció.

El viento, el rocío y la espesa y fría niebla helaban mi rostro, las lágrimas. El azul de mis ojos permanecía ahogado. Mis labios aún estaban tibios. Mis mejillas comenzaban a tornarse de un carmín apagado. Sentía el frío pasear por mi cuerpo. Mi piel era cada vez más pálida, sin perder su tersura. Me reincorporé, quedando sentada con las piernas recogidas en cruz, rodeadas por mis brazos. Mi vestido negro, dejaba gran parte de mi cuerpo descubierto. La fina gasa de su última capa ondeaba con mi pelo como acompañante. Apoyé la cabeza de lado sobre las rodillas. Observaba lo poco que la niebla me dejaba ver del mar y el horizonte. Una suave brisa apartaba mi pelo y dejaba al descubierto mi espalda. Cerré los ojos e imaginé que su mano lo había hecho. Mi mente seguía más allá de eso haciéndome creer que él estaba allí. Que su tacto recorría mi cuerpo. Que su boca besaba mi cuello. Que oía su respiración. Que me abrazaba. Que me susurraba al oído. Pero no eran más que las sensaciones producidas por la necesidad de estar con él.

Ahí me quedé, imaginando, intentado recordar. Avivando ilusiones. Sé que pasaron varias horas y que no faltaban muchas más para ver la primera luz del alba. El tiempo iba tan deprisa como lo hacía en nuestros encuentros. Sequé mis últimas lágrimas. Permanecí ahí sentada y pensando en él. Hasta el día de hoy...
...Aún sigue en mí.